7/5/10

Días largos.

Esta madrugada en la radio empezó a sonar esta canción. Eso es empezar con buen pie, yo creo. Vaya buen rollo que da... can't forget to breathe slow, count from one to ten with my eyes closed...

Creo que hacía tanto tiempo que no seguía la rutina de levantarme a las 4.30 que había perdido de vista el concepto de la duración de la luz del día. En esta época es casi eterna.

No hace falta que seamos íntimos para que sepas que no me gusta madrugar. Creo que lo sabe todo el mundo que se me haya acercado alguna vez antes de las 10 de la mañana, y es que mi aura de mal humor mañanero llega a cientos de metros a la redonda. Es más, no importa lo rápido que vaya mi avión, mi mala leche siempre llega antes a esas horas.

Últimamente, sin embargo, me estoy acostumbrando a ello. No es que me guste, ni muchísimo menos, pero es increíble lo que puede dar de sí un día que empieza antes de las 5 y acaba después de las 00... aunque por lo que he leído recientemente uno se arriesga a morir pronto.

Hoy desde que me levanté, me dio tiempo a: Ir a trabajar, desayunar dos veces, comer, dormir una siesta de unas 2h, cortarme el pelo, hacer la compra de supervivencia de los viernes, pasear por el barrio, merendar, poner una lavadora, tenderla, y mentalizarme para empezar de nuevo mañana.


En la compra de supervivencia de los viernes uno incluye todo aquello indispensable para pasar el fin de semana sin nada abierto alrededor. Es decir, sugus de pera, latas de pepsi y ensaladillas de bote de Isabel. El otro día intentaba recordar lo que era tener un sábado libre, y los echo de menos. Realmente no es por nada en especial, pero nadie quiere hacer nada conmigo un martes por la noche. Claro, la soledad del trabajador flexible.

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