29/12/11

Lecciones trascendentales.

[Escrito el 29/12/2011, y mantenido oculto durante tiempo indeterminado sin saber el motivo]

Antes de ayer tenía reserva por la mañana. Me gusta pensar en las reservas como días libres porque si piensas en que en cualquier momento podrían llamarte para ir a trabajar a Diossabedónde, viviría colgado de Valerianas.

La cuestión es que este martes en concreto no hubo suerte, y a las 4:05 sonó el teléfono. No son horas para que suene el teléfono. No son horas para que suene nada. Ni el pedo de una mosca debiera sonar antes de las 9 de la mañana.

Como tenía que estar en el aeropuerto a las 6, no pude volver a dormirme, pero sí dediqué como media hora que me sobraba antes de comenzar a prepararme, para pensar y comenzar a divagar sobre cuán difíciles son algunas cosas cotidianas de la vida. Sin embargo, y pese a que levantarse a las 4:35 de la madrugada no es nada placentero, llegué a la conclusión de que las dificultades más grandes que nos encontramos no pasan por lo cotidiano. La vida nos va dando lecciones a lo largo de todo nuestro recorrido, y algunas nos impactan de forma permanente.


Yo suelo aprender las lecciones muy bien, pero con cierto retraso respecto al común de los mortales. Recuerdo con especial ternura el día en que descubrí que al dejar un diente bajo la almohada aparecían 500 pesetas por la mañana. Si hiciera un inciso tendría que mencionar que siempre me pareció espeluznante que un ratón comprara dientes de contrabando colándose en la habitación de los niños mientras duermen, pero será mejor no hacer incisos, que ame desvío con facilidad.

Relacionado con lo anterior, recuerdo con especial intensidad el día que descubrí que el Ratoncito Pérez eran los padres. Fue como lanzar la primera pieza de un circuito de dominó. Luego descubrí que Papá Noel también eran los padres. Y que los reyes... bueno, y que los reyes sí que existían, pero ellos no daban dinero y regalos sino que vivían del dinero de Papá Noel, el Ratoncito Pérez, y el Olentzero todos juntos.

También recuerdo que cuando me fui haciendo mayor, me traumatizó especialmente que el Ratoncito Pérez, Papá Noel y el Olentzero se iban haciendo viejos, y para pagar sus pensiones a mí no me quitaban las 500 pesetas (o 3 euros) que solían dejarme años atrás, sino que me cogían prestada una parte generosa de los 250€ al mes que solían retenerme los amigos de Hacienda.

Ya estaba muy claro... hacerse mayor no era nada sencillo, pero pese a todo lo anterior, encontrar respuestas no es siempre lo más duro que nos puede ocurrir, incluso si las respuestas desencajan todo ese mundo que tu propia mente creó. En mi caso particular, el mayor de los problemas estuvo siempre en no encontrar las respuestas a las preguntas más sencillas. ¿Por qué estamos vivos? ¿cuál es nuestro papel?

Y lo que es más difícil aún... asumir que estos planteamientos te acompañarán toda tu vida y aceptar con resignación que, probablemente, jamás encontrarás una respuesta. Al final, es esta resignación la que te hace ver con buenos ojos todos aquellos tiempos en los que había una respuesta para todo, incluso para los misterios más grandes de tu universo, como el comprender que un gordo barbudo se pueda colar en tu casa sin ni tan siquiera tener chimenea.

P.D: Feliz Navidad.

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